Sobre los bosques de cemento x trillados por el astro rey, exultante en su demencia la luz quiere colarse otra vez. Pergaminos de alabastro se abanican por las fachadas en tropel tapizando hasta las sombras de tan símil vetustez. Trovadores furtivos entre cristales, persianas y pared despiertan al vulgo, con la ortiga danzarina de réquiem y amén. Es el efebo que abdica su desnudez tributando con monedas de jaspe y miel. Sus pestañas de oro ornamentan los esqueletos de la cabeza a los pies. En derredor, su calor, -blasón enjuto- tiñe cualquier palidez con la esmeril mortaja, emblema coqueto de doncel. Sus guijarros son chispas que desperezan al vulgo en el paréntesis de su timidez, hasta en esas horas de siesta de la engruda idiotez. Cansado, al atardecer se desviste entre las montañas de su traje de arlequín, devorado en el estanque azul con su traje de rubí. Hasta que tire del cordón que le lance al sumidero gris, su amada, la luna, esa señora que le viene a despedir. Y así, entre cabezas de alfileres que zurcen al escondite su brillo por los aires... con las velas arriadas se sujeta en el mástil de su ir y venir. Como casto y cumplido embalaje. Cobijo esperado/ fiel bisturí.