Suspiran los gozos xx por el aire que dejamos pasar entre tu cuerpo y el mío. Se agotan con la imagen partida del respetuoso decoro, cáñamo que no ardía. Se quejan llorosos por no haber encontrado cobijo en las crónicas de la carne. Se flagelan con la luz encendida sobre el papel apuntillado en la esquina de la mesilla. Se derraman en la sangre con borbotones cobardes por no haberte dado un solo beso palpable. Te miré/te deseé, caminé junto a ti, y hoy descubro a la sombra de este cáliz que no tuve tino en dejarme ir. Recuerdo tus gestos/tus manos, tus ropas, tus brazos, como andabas, tus piernas... como mirabas, como olías, que callabas/que decías, como te ibas, como volvías, siempre a mí... día tras día, desde tu casa. Y yo higuera de rambla, solo, me moría. Te dejé ilesa, cumplida y coqueta, como llegabas a la cita de casta traviesa... por el camino de tierra que lleva al río, donde ahora me ahogo de tanto desatino. Así, me debato entre juegos de profeta, sentado en la más cómoda butaca. Y en cada cuadrícula de tu ayer, te poseo y me mutilo de ventrículo a diafragma, del Espíritu Santo/al fondo de mi alma. Nunca podré volver y recomponer ese puzle, porque lo que pasó... pasa. Sólo puede uno disculparse, pues cometí la peor de las faltas. Ese no era yo/no estaba, era un pobre fantasma.